Brooklyn Follies by Paul Auster

Brooklyn Follies by Paul Auster

autor:Paul Auster [Auster, Paul]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Relato, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2005-01-01T05:00:00+00:00


NUESTRA NIÑA, O MARCHANDO

Hay dos maneras de ir de la ciudad de Nueva York a Burlington, en Vermont: por la vía rápida o por la lenta. Para los primeros dos tercios del viaje, elegimos la vía rápida, un itinerario que incluía arterias tales como la Avenida Flatbush, la carretera de Brooklyn a Queens, el Grand Central Parkway y la Route 678. Después de cruzar el puente Whitestone y entrar en el Bronx, seguimos unos kilómetros en dirección norte hasta llegar a la Nacional 95, por donde salimos de la ciudad, atravesamos la parte oriental del condado de Westchester, y cruzamos el sur de Connecticut. En New Haven, nos metimos en la Nacional 91, que no dejamos durante la mayor parte del viaje, atravesando lo que quedaba de Connecticut y todo Massachusetts hasta llegar a la frontera meridional de Vermont. El camino más rápido para Burlington habría sido seguir por la Nacional 91 hasta White River Junction y luego girar en dirección oeste hasta la Nacional 89, pero una vez que nos encontramos en los alrededores de Bratdeboro, Tom declaró que estaba harto de grandes autopistas y que prefería ir por carreteras comarcales, más pequeñas y con menos tráfico. Y así fue como pasamos de la vía rápida a la lenta. Tardaríamos un par de horas más, advirtió Tom, pero al menos tendríamos la posibilidad de ver algo aparte de un cortejo de coches sin vida lanzados a toda velocidad. Bosues, por ejemplo, y flores silvestres a lo largo de la cuneta, sin mencionar vacas y caballos, granjas y campos, jardines municipales y algún rostro humano de vez en cuando. Yo no vi inconveniente alguno a ese cambio de planes. ¿Qué más daba llegar a casa de Pamela a las tres que a las cinco? Ahora que Lucy había vuelto a abrir los ojos e iba mirando el paisaje por la ventanilla de atrás, me sentía tan culpable por lo que le estábamos haciendo que quería retrasar lo más posible el momento de la llegada. Abrí el mapa de carreteras y estudié la página de Vermont.

—Coge la salida tres —dije a Tom—. Tenemos que salir a la Route 30, que va en diagonal hacia el noroeste describiendo una línea ondulada. A unos sesenta kilómetros, empezarán las curvas y seguiremos haciendo eses hasta llegar a Rudand, donde habrá que buscar la Route 7, que nos conducirá derechos a Burlingron.

¿Por qué me extiendo en pormenores tan nimios? Porque la verdad de la historia radica en los detalles, y no tengo más remedio que contarla exactamente tal como ocurrió. Si no hubiéramos decidido salir de la autopista en Brattleboro para dirigirnos intuitivamente a la Route 30, muchos de los acontecimientos que se relatan en este libro no se habrían producido. Y cuando digo esto pienso especialmente en Tom. A Lucy y a mí aquella decisión también nos vino estupendamente, pero para Tom, el sufrido protagonista de estas Brooklyn Follies, fue probablemente la más importante de su vida. En aquellos momentos no se imaginaba sus consecuencias, no tenía ni idea del torbellino que había desencadenado.



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